Termina una semana marcada por las movilizaciones sociales en todo el Estado,
pero también y particularmente en nuestra Costa del Sol, donde todos los males
que aquejan a la sociedad nacional son llevados a su grado máximo.
Los trabajadores del Estado Español pueden quejarse del paro, de la asfixiante presión de los agentes financieros y de la corrupción generalizada de los dirigentes. Pero es aquí, en nuestra Costa, en la que la estructura económica estaba sustentada casi exclusivamente por la burbuja inmobiliaria y por tanto donde todos los efectos parejos a su explosión han sido más evidentes.
No ha habido parón en el sector de la construcción tan elevado como el nuestro, no se elevaron tanto los precios de las casas como aquí y no se esclavizó a más trabajadores atados a falsas hipotecas con tanta saña como la que desarrollaron las entidades financieras en nuestra tierra.
Por todas esas cosas somos la comunidad con una menor capacidad de reacción económica y la que de forma más rápida se desliza hacia el precipicio. Aunque, después de toda la semana en la calle, tengo que reconocer que ante esta tesitura hemos desarrollado de forma insuficiente la cohesión y conciencia social.
Esta semana comenzó con la protesta de algunos colectivos durante el acto de enaltecimiento fascista que supuso la inauguración de la Plaza de la Estación. El lunes se celebró una concentración ante el Ayuntamiento convocada por la plataforma del ERE y a partir del martes la huelga que el jueves debió ocupar a todos los sectores de la comunidad educativa.
No puedo estar contento de la escasa afluencia a los actos de protesta convocados durante la semana. Por cuestiones ideológicas algunas, pero también de las que afectan de forma inmediata y directa a la forma de vida, al futuro e incluso al sustento diario de los ciudadanos.
Poca gente protestando contra el alarde fascista en la plaza. Muy poca gente, ni siquiera los directamente afectados, en la lucha por recuperar el puesto de trabajo municipal y una participación vergonzosa por parte de los trabajadores de la enseñanza en la huelga de su sector. Si bien los alumnos no fueron a las aulas, entre el profesorado fueron más los que acudieron a “trabajar” y no perder un día de salario. Aunque se hayan ganado a pulso el deshonroso título de esquiroles.
Y, para rematar, este viernes nos concentramos ante las puertas del Ayto. de Marbella contra la represión a la que vienen siendo sometidos todos aquellos que tenemos la desfachatez de protestar en las calles. Allí estábamos, apoyando a esos compañeros injustamente sancionados, cuando uno de los jefes de la policía local marbellí, el número 200 de su plantilla, nos prohibió acceder al interior del ayuntamiento para presentar los pliegos de firmas recogidos contra la actuación gubernativa.
Tras negociar con él, y engañarnos, limitó el acceso a cuatro compañeros a los que dentro del Ayuntamiento prohibió acceder al Pleno Municipal que en ese momento se celebraba. Acto público de los representantes de la soberanía popular en el municipio. En ambos casos el argumento jurídico esgrimido fue “porque yo lo digo”. Ni éste, ni ningún otro funcionario policial marbellí actuó jamás contra la banda de delincuencia que asoló a la ciudad durante más de veinte años. Y lejos de ser expulsados de los cuerpos policiales, por ciegos, ineptos, tontos o corruptos –únicos argumentos que explicarían tanta incapacidad– siguen siendo los amos y señores de nuestros pueblos.
Están crecidos, y saben que cuentan con nuestra escasa oposición y el apoyo de unos dirigentes podridos. Solo la protesta generalizada y nuestra organización cambiará las cosas, y entonces será, porque nosotros lo decimos.
Los trabajadores del Estado Español pueden quejarse del paro, de la asfixiante presión de los agentes financieros y de la corrupción generalizada de los dirigentes. Pero es aquí, en nuestra Costa, en la que la estructura económica estaba sustentada casi exclusivamente por la burbuja inmobiliaria y por tanto donde todos los efectos parejos a su explosión han sido más evidentes.
No ha habido parón en el sector de la construcción tan elevado como el nuestro, no se elevaron tanto los precios de las casas como aquí y no se esclavizó a más trabajadores atados a falsas hipotecas con tanta saña como la que desarrollaron las entidades financieras en nuestra tierra.
Por todas esas cosas somos la comunidad con una menor capacidad de reacción económica y la que de forma más rápida se desliza hacia el precipicio. Aunque, después de toda la semana en la calle, tengo que reconocer que ante esta tesitura hemos desarrollado de forma insuficiente la cohesión y conciencia social.
Esta semana comenzó con la protesta de algunos colectivos durante el acto de enaltecimiento fascista que supuso la inauguración de la Plaza de la Estación. El lunes se celebró una concentración ante el Ayuntamiento convocada por la plataforma del ERE y a partir del martes la huelga que el jueves debió ocupar a todos los sectores de la comunidad educativa.
No puedo estar contento de la escasa afluencia a los actos de protesta convocados durante la semana. Por cuestiones ideológicas algunas, pero también de las que afectan de forma inmediata y directa a la forma de vida, al futuro e incluso al sustento diario de los ciudadanos.
Poca gente protestando contra el alarde fascista en la plaza. Muy poca gente, ni siquiera los directamente afectados, en la lucha por recuperar el puesto de trabajo municipal y una participación vergonzosa por parte de los trabajadores de la enseñanza en la huelga de su sector. Si bien los alumnos no fueron a las aulas, entre el profesorado fueron más los que acudieron a “trabajar” y no perder un día de salario. Aunque se hayan ganado a pulso el deshonroso título de esquiroles.
Y, para rematar, este viernes nos concentramos ante las puertas del Ayto. de Marbella contra la represión a la que vienen siendo sometidos todos aquellos que tenemos la desfachatez de protestar en las calles. Allí estábamos, apoyando a esos compañeros injustamente sancionados, cuando uno de los jefes de la policía local marbellí, el número 200 de su plantilla, nos prohibió acceder al interior del ayuntamiento para presentar los pliegos de firmas recogidos contra la actuación gubernativa.
Tras negociar con él, y engañarnos, limitó el acceso a cuatro compañeros a los que dentro del Ayuntamiento prohibió acceder al Pleno Municipal que en ese momento se celebraba. Acto público de los representantes de la soberanía popular en el municipio. En ambos casos el argumento jurídico esgrimido fue “porque yo lo digo”. Ni éste, ni ningún otro funcionario policial marbellí actuó jamás contra la banda de delincuencia que asoló a la ciudad durante más de veinte años. Y lejos de ser expulsados de los cuerpos policiales, por ciegos, ineptos, tontos o corruptos –únicos argumentos que explicarían tanta incapacidad– siguen siendo los amos y señores de nuestros pueblos.
Están crecidos, y saben que cuentan con nuestra escasa oposición y el apoyo de unos dirigentes podridos. Solo la protesta generalizada y nuestra organización cambiará las cosas, y entonces será, porque nosotros lo decimos.
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