Esta semana quiero, desde la primera línea de mi columna, felicitar al conjunto
de responsables municipales que nos están haciendo disfrutar a los esteponeros
de la visión de las murallas del Castillo de San Luis. Un tesoro que teníamos al
alcance de nuestras manos y que ha permanecido oculto para generaciones de
nuestros vecinos. El simple derribo de un muro nos ha permitido recobrar, de
golpe, parte de nuestra historia e identidad.
Desde ahora nuestro casco antiguo podrá denominarse también, sin temor a que ningún visitante nos pregunte por qué, como “el centro histórico” y orgullosos podremos acompañarles a las calles Villa, Castillo o a la Plaza Augusto Suárez, llamada así en recuerdo a tan ilustre periodista esteponero.
Alguien dirá que tampoco es para tanto, que el Castillo es una obra “tan solo” del S.XVI, de mala factura y escaso valor arquitectónico que está situada casi con toda seguridad sepultando restos de más solera de nuestras épocas romanas o árabes. Y tendrá razón en casi todo, pero no cabe ninguna duda del cambio para bien que la puesta a la luz de sus murallas tendrá para nuestra ciudad.
Vaya por tanto, mi agradecimiento sincero a los técnicos y políticos que lo han hecho posible. Incluyendo a los que han cerrado la negociación con la familia propietaria de los terrenos en los que se ha realizado la actuación, esperando haya sido satisfactoria tanto para los intereses municipales como para los particulares.
Aunque recordando a Bertolt Brecht en su famoso poema “Preguntas de un obrero que lee” –¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas? En los libros aparecen los nombres de los reyes. ¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra? – tampoco puedo olvidar en este momento ni a los obreros que levantaron los muros del Castillo en el momento de su construcción ni a los que estos días han trabajado en su incorporación al patrimonio paisajístico, histórico y patrimonial de Estepona. Y a los que participarán durante los trabajos que necesita la consolidación de ese espacio público imprescindible.
Trabajos que esperamos se acometan con la seriedad a la que nos tiene acostumbrado el equipo de arqueólogos municipales, aunque, de forma lamentable y teniendo en cuenta la política de privatización y minimización de la administración pública defendida por el Partido Popular, serán desarrollados con medios no públicos. Uno de los arqueólogos fue despedido en el injusto ERE del año pasado y los operarios municipales pasaron a engrosar las filas de las empresas concesionarias. Como todos podrán entender, se seguirán contratando empresas externas de arqueología y las concesionarias facturarán de forma tan opaca y jugosa como hasta ahora los trabajos que los que eran trabajadores públicos realicen fuera del ámbito estricto de sus contratos de concesión.
También nos produce cierta inquietud lo que pueda estar pasando por la inquieta mente de nuestro prócer notarial respecto a la denominación que según él debería recibir la nueva placita o el callejón que resulte del final de la actuación en el entorno del Castillo. Cuando llegue el momento de la inauguración en la zona tendremos nombres tan señeros para calles como Carmen Sevilla, Carlos Herrera, Manolo Alcántara o ABC. Y no sabemos dónde caerán la Homófobo Obispo Catalá y Camarada Escarcena. Miedo nos da que piense en San José María Escrivá de Balaguer, San José María Aznar o, quitándose todos los complejos, en “Castillo de San José María García Urbano”. Y eso, que no es descabellado conociendo al personaje, sería para que entre todos le cantásemos “fuera de mi castillo”.
Desde ahora nuestro casco antiguo podrá denominarse también, sin temor a que ningún visitante nos pregunte por qué, como “el centro histórico” y orgullosos podremos acompañarles a las calles Villa, Castillo o a la Plaza Augusto Suárez, llamada así en recuerdo a tan ilustre periodista esteponero.
Alguien dirá que tampoco es para tanto, que el Castillo es una obra “tan solo” del S.XVI, de mala factura y escaso valor arquitectónico que está situada casi con toda seguridad sepultando restos de más solera de nuestras épocas romanas o árabes. Y tendrá razón en casi todo, pero no cabe ninguna duda del cambio para bien que la puesta a la luz de sus murallas tendrá para nuestra ciudad.
Vaya por tanto, mi agradecimiento sincero a los técnicos y políticos que lo han hecho posible. Incluyendo a los que han cerrado la negociación con la familia propietaria de los terrenos en los que se ha realizado la actuación, esperando haya sido satisfactoria tanto para los intereses municipales como para los particulares.
Aunque recordando a Bertolt Brecht en su famoso poema “Preguntas de un obrero que lee” –¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas? En los libros aparecen los nombres de los reyes. ¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra? – tampoco puedo olvidar en este momento ni a los obreros que levantaron los muros del Castillo en el momento de su construcción ni a los que estos días han trabajado en su incorporación al patrimonio paisajístico, histórico y patrimonial de Estepona. Y a los que participarán durante los trabajos que necesita la consolidación de ese espacio público imprescindible.
Trabajos que esperamos se acometan con la seriedad a la que nos tiene acostumbrado el equipo de arqueólogos municipales, aunque, de forma lamentable y teniendo en cuenta la política de privatización y minimización de la administración pública defendida por el Partido Popular, serán desarrollados con medios no públicos. Uno de los arqueólogos fue despedido en el injusto ERE del año pasado y los operarios municipales pasaron a engrosar las filas de las empresas concesionarias. Como todos podrán entender, se seguirán contratando empresas externas de arqueología y las concesionarias facturarán de forma tan opaca y jugosa como hasta ahora los trabajos que los que eran trabajadores públicos realicen fuera del ámbito estricto de sus contratos de concesión.
También nos produce cierta inquietud lo que pueda estar pasando por la inquieta mente de nuestro prócer notarial respecto a la denominación que según él debería recibir la nueva placita o el callejón que resulte del final de la actuación en el entorno del Castillo. Cuando llegue el momento de la inauguración en la zona tendremos nombres tan señeros para calles como Carmen Sevilla, Carlos Herrera, Manolo Alcántara o ABC. Y no sabemos dónde caerán la Homófobo Obispo Catalá y Camarada Escarcena. Miedo nos da que piense en San José María Escrivá de Balaguer, San José María Aznar o, quitándose todos los complejos, en “Castillo de San José María García Urbano”. Y eso, que no es descabellado conociendo al personaje, sería para que entre todos le cantásemos “fuera de mi castillo”.
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