Leo en este periódico que unos vecinos se quejan de los paseos matinales por la playa de La Rada de algunos vecinos y sus más fieles amigos: sus perros.
Es curioso cómo hemos llegado los habitantes de las ciudades a separarnos cada vez más de la naturaleza hasta el punto de despreciarla, temerla y pretender sustituirla por una artificialidad que nos convierte en robots extraños a la naturaleza.
Es cierto que hay vecinos que no recogen los excrementos de sus perros en la playa. O que permiten que animales agresivos, como sus dueños les criaron, perturben a personas y otros animales. Comportamientos minoritarios de ciudadanos incívicos e irresponsables a eliminar con la educación, el ejemplo y si es necesario la aplicación de ordenanzas municipales.
Sin embargo, criminalizar el uso adecuado, el disfrute de la playa como un bien común que la naturaleza nos ha prestado de forma tan generosa es pecar de miopía, incultura y falta de algo que a los animales les sobra. Eso que comúnmente se llama humanidad.
Dice una buena amiga mía que quien no ama a los animales no ama a las personas. Y es posible que muchos de esos que se quejan al ver corretear a uno de nuestros perros por la playa aplaudan desde el tendido la muerte de los toros. Antropocentristas que piensan que únicamente los humanos tenemos derecho a disfrutar de la naturaleza.
Hay que compatibilizar el uso de nuestros 21 km de playa para todos los usuarios y eso ni está pasando ni entra en los planes de nuestros gestores. La voracidad de la administración convierte nuestro espacio natural en coto de concesiones lucrativas para las que no parece haber freno mientras se limita en exceso su uso deportivo, como embarcaciones sin motor, surfers o kite-surfers. Tampoco se ha previsto el acotamiento de zonas para pasear nuestros perros y compartir con ellos alegría y juegos.
Ya se sabe, la tendencia es a desnaturalizarlo todo, y ningún hiper mega pijo se queja de la invasión de las playas por chiringuitos horteras, con atronadora música y valores humanos o naturales casi inexistentes.
Es curioso cómo hemos llegado los habitantes de las ciudades a separarnos cada vez más de la naturaleza hasta el punto de despreciarla, temerla y pretender sustituirla por una artificialidad que nos convierte en robots extraños a la naturaleza.
Es cierto que hay vecinos que no recogen los excrementos de sus perros en la playa. O que permiten que animales agresivos, como sus dueños les criaron, perturben a personas y otros animales. Comportamientos minoritarios de ciudadanos incívicos e irresponsables a eliminar con la educación, el ejemplo y si es necesario la aplicación de ordenanzas municipales.
Sin embargo, criminalizar el uso adecuado, el disfrute de la playa como un bien común que la naturaleza nos ha prestado de forma tan generosa es pecar de miopía, incultura y falta de algo que a los animales les sobra. Eso que comúnmente se llama humanidad.
Dice una buena amiga mía que quien no ama a los animales no ama a las personas. Y es posible que muchos de esos que se quejan al ver corretear a uno de nuestros perros por la playa aplaudan desde el tendido la muerte de los toros. Antropocentristas que piensan que únicamente los humanos tenemos derecho a disfrutar de la naturaleza.
Hay que compatibilizar el uso de nuestros 21 km de playa para todos los usuarios y eso ni está pasando ni entra en los planes de nuestros gestores. La voracidad de la administración convierte nuestro espacio natural en coto de concesiones lucrativas para las que no parece haber freno mientras se limita en exceso su uso deportivo, como embarcaciones sin motor, surfers o kite-surfers. Tampoco se ha previsto el acotamiento de zonas para pasear nuestros perros y compartir con ellos alegría y juegos.
Ya se sabe, la tendencia es a desnaturalizarlo todo, y ningún hiper mega pijo se queja de la invasión de las playas por chiringuitos horteras, con atronadora música y valores humanos o naturales casi inexistentes.
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