A nadie se le escapa que la mejor manera de tener esclavos es que el propio
esclavizado no sea consciente de su situación, creyendo que no hay otra posible.
Y por eso las clases dominantes dedican tantos esfuerzos a mantener el poder
económico como a sostener aquello que Karl Marx denominaba como “la
superestructura ideológica”. Y si en el S. XIX ya resultaba evidente que la
religión y la política eran tan importantes como la posesión de los medios de
producción para mantener el status quo, las cosas no han cambiado desde
entonces.
Valga esta pequeña introducción para poner en evidencia que
hechos como los que voy a relatar ahora, ocurridos en Estepona este fin de
semana, no tienen nada de inocentes o casuales y tampoco surgen de la
espontaneidad de nuestro pueblo. Por mucho que así lo quieran disfrazar y
nosotros, esclavos inconscientes, lo creamos.
Tropecé el pasado sábado,
pasaba por la puerta de casa, con una procesión religiosa. En este caso
inesperada para mí que uno, aunque ateo como cualquier persona con uso mínimo de
razón, conoce más o menos el calendario religioso. En este caso, fuera de toda
lógica divina, se “celebraba” el 25 aniversario de una efemérides que no puedo
citar sin meter la pata, pues no sé si fue la entronización, la patronización o
la privatización de la denominada Virgen del Carmen por parte de nuestro
Ayuntamiento. Resulta por tanto que han pasado 25 años desde que el gobierno
municipal, encabezado por el derechista Manuel Sánchez Bracho creo recordar,
tuvo a bien efectuar algún tipo de nombramiento “oficial” a esa irreal figura
mítica.
A estas alturas del milenio nadie debe ignorar que la figura de
la Virgen María representa un valor de una sociedad patriarcal, la judeo
cristiana, que debería ser repudiado por todas las personas. Deberíamos ser
especialmente beligerantes aquellos que nos consideramos iguales sin tener en
cuenta nuestra condición sexual y que peleamos por la justicia social para todas
las personas. El valor del virgo supone la cosificación de la mujer, destinada a
ser entregada en propiedad a un hombre. La Virgen María es deificada en cuanto
objeto sexual, intacto en este caso, y madre, obviando cualquier otra
circunstancia de su femineidad. La devoción mariana por tanto, esa que algunos
proclaman como consustancial con nuestra condición de andaluces, es un paso
atrás en la liberación de las personas, pues supone la aceptación de la
dominación de hombres sobre mujeres en primera instancia para extenderla luego a
la dominación de una clase sobre otra, con la “naturalidad” que la estructura
patriarcal asume el dominio por parte de un sexo.
En la procesión del
sábado teníamos representada de forma esquemática lo que los poderosos quieren
de unos esclavos contentos de su situación. Músicos con tricornios como los de
la Guardia Civil, “hermanos mayores” de las cofradías recordando que para llegar
a esa situación hay que ser de los más ricos del pueblecito, políticos en el
poder y para redondear jefes de la Policía Nacional ostentando armas y
uniformes que deberían destinarse en exclusiva a la protección de los vecinos y
no a mayor gloria de la ideología dominante. Todo ello mientras los más pobres
de la ciudad sirven de porteadores de pesados y enjoyados tronos en los que se
transporta el icono. Mención especial se merecen los concejales de un partido,
el socialista, que hacen proclama de valores feministas y laicos mientras
persisten en gestos que nos alejan de la consecución de una sociedad
igualitaria.
Que estas demostraciones de machismo, negación de la
ciencia y afirmación de la división entre clases sociales sostenida por la
fuerza de las armas sean reiteradas y persistentes en el tiempo no suponen
hechos positivos de los que una sociedad de personas libres deba sentirse
orgullosa. De hecho, la repetición ritual y acrítica de estos actos es la forma
en la que el hombre ha impuesto su dominio sexual y de clase sobre el conjunto
de la humanidad. Se repite hasta que todos lo consideramos como normal e
inevitable.
Pero no lo son, como tampoco lo es el otro acontecimiento
del fin de semana, un certamen de “belleza” en el que como animales de tiro se
trata a las mujeres, pendientes de sus dientes, sus piernas y cómo llevan el
arnés. Aunque sobre éste no puedo decir quién acudió no pasó en la puerta de mi
casacasa, mucho me temo que también hubo concejales, mujeres también, que
asistían a la degradación de su sexo esbozando una sonrisa propia de su cargo.
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