Con la operación a tres bandas entre la Cooperativa Agrícola, el Ayuntamiento y
la Iglesia Católica queda certificado el fin de la ilusión colectiva generado
por el conocimiento, hace ya décadas, de la denominada Herencia Nadal Guerrero.
Esteponero, si todavía eres de los que sigues esperando la Universidad de
Estepona, olvídate. El dinero de la herencia, los terrenos, el tesoro y la
esperanza quedan definitivamente enterrados.
Aunque podríamos decir que el fabuloso legado se perdió, la realidad no es esa. En este caso, como en todos, el dinero ni se crea ni se destruye, sino que siempre hay espabilados que están a la caza de la peseta volatinera, esa que siempre cae lejos del alcance de los más pobres.
La sociedad esteponera, confiando en unas instituciones que a lo largo de la historia han demostrado sobradamente su avaricia, permitió que el legado testamentario quedase al albur de los mandatarios de la Iglesia. Y lejos de demandar el papel determinante que el pueblo de Estepona tenía en la gestión de la misma –para las mujeres de Estepona, decía literalmente alguno de los testamentos– firmó con esa institución acuerdos que pusieron en marcha lo que a día de hoy deja a los esteponeros compuestos y sin universidad.
Hay que recordar que la Universidad de Estepona es un tema recurrente cada campaña electoral. Todos los partidos, desde la izquierda productivista hasta la derecha populista, han recurrido cada cuatro años a prometer la creación de esa entelequia universitaria que forma parte del inconsciente colectivo. No me he equivocado, no me refiero al subconsciente, sino al tonto que cada uno de mis paisanos, y yo con ellos, alberga en su interior. Ese que se cree las promesas electorales por más que de forma reiterada se incumplan tan fácil como se hacen.
Ninguno de los partidos que ha ostentado el poder en Estepona ha cedido a la tentación de prometer acuerdos con entidades públicas o con universidades privadas. Hasta con sectas ultracatólicas, como la que presentó Gil Marín a pocos días de las elecciones del 99. Todos, sin excepción, han reiterado que los fondos y la “universidad” son del pueblo, y que su inmediata instalación acabaría con todos los males que nos aquejan.
Debe ser la falta de esa universidad, que no ha permitido desarrollar nuestra inteligencia, o quizá hayan sido otras causas, lo que ha permitido que elección tras elección los esteponeros hayamos escogido a los más mentirosos de nuestros políticos, justo los que permitieron que la Iglesia haya sido la única en disfrutar de aquellos bienes que considerábamos comunes.
Ya no queda nada, el Obispo de Málaga ha anunciado que con esta última operación, “salvar” la Cooperativa, ha terminado su compromiso con Estepona. Como si alguna vez le hubiese preocupado a algún Obispo el pueblo de Estepona. Aquella cantidad ingente de tierras, transformada parcialmente en dinero, ha servido para financiar emisoras de radio como la ultramontana y reaccionaria COPE, o para enriquecer aún más a esos bancos que nos sangran cada día. También, y cerrando el círculo de la casposa España, para alimentar los sueños de grandeza de personajes como Hidalgo, que completa el póker de ases de la estrafalaria cultura del pelotazo, con El Pocero, El Gil y Gil y El Sandokán.
Nuestro Ayuntamiento, con su imprescindible participación en el negocio tripartito, ha contribuido a que una institución histórica, continúe su absurda trayectoria hacia la ruina. Mal dirigida por quien ahora también dirige las finanzas municipales, aunque tampoco los anteriores lo hicieron bien, la Cooperativa ha defendido una estrategia empresarial ajena a los nuevos tiempos, ajena a la propia agricultura, apostando por poder del intermediario y la explotación del pequeño agricultor como único recurso.
Justo ahora, cuando más necesaria se presenta la agricultura como solución local a la crisis, nuestra Cooperativa ha apostado por no mover un dedo en la nueva dirección, manteniendo una estructura caduca que la aleja de los nuevos agricultores, que ni quieren pagar comisiones ni participar de estructuras gigantescas, obsoletas y deficitarias.
Pero ellos están ahí, esperando a que los tiempos cambien y convertir en ladrillos los terrenos que ahora les regala el Ayuntamiento. Alguno pretenderá seguir para entonces con la sartén por el mango y recoger los frutos, inmobiliarios, que sus compañeros en el gobierno les ponen en bandeja. Y todavía habrá esteponeros que les crean cuando les cuenten que nos están salvando.
Aunque podríamos decir que el fabuloso legado se perdió, la realidad no es esa. En este caso, como en todos, el dinero ni se crea ni se destruye, sino que siempre hay espabilados que están a la caza de la peseta volatinera, esa que siempre cae lejos del alcance de los más pobres.
La sociedad esteponera, confiando en unas instituciones que a lo largo de la historia han demostrado sobradamente su avaricia, permitió que el legado testamentario quedase al albur de los mandatarios de la Iglesia. Y lejos de demandar el papel determinante que el pueblo de Estepona tenía en la gestión de la misma –para las mujeres de Estepona, decía literalmente alguno de los testamentos– firmó con esa institución acuerdos que pusieron en marcha lo que a día de hoy deja a los esteponeros compuestos y sin universidad.
Hay que recordar que la Universidad de Estepona es un tema recurrente cada campaña electoral. Todos los partidos, desde la izquierda productivista hasta la derecha populista, han recurrido cada cuatro años a prometer la creación de esa entelequia universitaria que forma parte del inconsciente colectivo. No me he equivocado, no me refiero al subconsciente, sino al tonto que cada uno de mis paisanos, y yo con ellos, alberga en su interior. Ese que se cree las promesas electorales por más que de forma reiterada se incumplan tan fácil como se hacen.
Ninguno de los partidos que ha ostentado el poder en Estepona ha cedido a la tentación de prometer acuerdos con entidades públicas o con universidades privadas. Hasta con sectas ultracatólicas, como la que presentó Gil Marín a pocos días de las elecciones del 99. Todos, sin excepción, han reiterado que los fondos y la “universidad” son del pueblo, y que su inmediata instalación acabaría con todos los males que nos aquejan.
Debe ser la falta de esa universidad, que no ha permitido desarrollar nuestra inteligencia, o quizá hayan sido otras causas, lo que ha permitido que elección tras elección los esteponeros hayamos escogido a los más mentirosos de nuestros políticos, justo los que permitieron que la Iglesia haya sido la única en disfrutar de aquellos bienes que considerábamos comunes.
Ya no queda nada, el Obispo de Málaga ha anunciado que con esta última operación, “salvar” la Cooperativa, ha terminado su compromiso con Estepona. Como si alguna vez le hubiese preocupado a algún Obispo el pueblo de Estepona. Aquella cantidad ingente de tierras, transformada parcialmente en dinero, ha servido para financiar emisoras de radio como la ultramontana y reaccionaria COPE, o para enriquecer aún más a esos bancos que nos sangran cada día. También, y cerrando el círculo de la casposa España, para alimentar los sueños de grandeza de personajes como Hidalgo, que completa el póker de ases de la estrafalaria cultura del pelotazo, con El Pocero, El Gil y Gil y El Sandokán.
Nuestro Ayuntamiento, con su imprescindible participación en el negocio tripartito, ha contribuido a que una institución histórica, continúe su absurda trayectoria hacia la ruina. Mal dirigida por quien ahora también dirige las finanzas municipales, aunque tampoco los anteriores lo hicieron bien, la Cooperativa ha defendido una estrategia empresarial ajena a los nuevos tiempos, ajena a la propia agricultura, apostando por poder del intermediario y la explotación del pequeño agricultor como único recurso.
Justo ahora, cuando más necesaria se presenta la agricultura como solución local a la crisis, nuestra Cooperativa ha apostado por no mover un dedo en la nueva dirección, manteniendo una estructura caduca que la aleja de los nuevos agricultores, que ni quieren pagar comisiones ni participar de estructuras gigantescas, obsoletas y deficitarias.
Pero ellos están ahí, esperando a que los tiempos cambien y convertir en ladrillos los terrenos que ahora les regala el Ayuntamiento. Alguno pretenderá seguir para entonces con la sartén por el mango y recoger los frutos, inmobiliarios, que sus compañeros en el gobierno les ponen en bandeja. Y todavía habrá esteponeros que les crean cuando les cuenten que nos están salvando.
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