Esta semana he tenido conocimiento, en carnes propias y por referencias, de una
especie de “censo” no autorizado, seguramente ilegal, que está desarrollando la
Comisaría de Estepona. Hay agentes de policía que en lugar de perseguir
delincuentes dedican su tiempo, nuestro tiempo, a cumplimentar un censo en el
que los militantes de las organizaciones políticas y sindicales del municipio
somos los protagonistas.
Con la excusa de la aparente trivialidad que supone facilitar datos que son de dominio público, como el teléfono que se puede conseguir en las páginas blancas o la dirección de correo electrónico publicada en nuestras webs, los agentes de policía se presentan en las sedes de nuestras organizaciones o llaman hasta cinco veces al teléfono, como es mi caso.
Al parecer, el Comisario recién llegado –al que no tengo el gusto de conocer y al que seguiré sin llegar conocer por razón de su cargo si la fortuna me es propicia– ha ordenado a sus chicos de la brigada de información a cumplimentar ese listado con nuestros nombres, teléfonos y direcciones electrónicas. Y ellos, posiblemente poco dados a discutir las órdenes aunque rayen la ilegalidad como en este caso, se han dispuesto solícitos a cumplirlas, sin encomendarse a Dios ni al Diablo, sin preguntarse tampoco el por qué de ese listado. Por cierto, les recuerdo que corran a comunicarme de forma fehaciente qué datos míos tienen y en qué fichero de la Agencia Española de Protección de Datos está registrado. Les recuerdo que solo a mis amigos les permito tenerme en sus agendas telefónicas y electrónicas, y eso porque sé que no van a usar esos datos para actos comerciales o administrativos sin mi permiso.
Como he recordado antes, no cuento entre mis amistades al Comisario de Estepona, así que presupongo que si me quiere tener controlado no es para invitarme a la boda de su hija o a la barbacoa del próximo fin de semana.
Tengo que aclarar que por lo que he vivido, tanto cuando investigan mi partido –Espacio Verde EVA–, como cuando me encontré a los funcionarios policiales en la sede de mi sindicato, –Sindicato Andaluz de Trabajadores SAT–, los funcionarios demostraron amabilidad y un trato muy cordial. Tanto que pareciera que lo que hacían entraba dentro de la normalidad más cotidiana.
Con la excusa de la aparente trivialidad que supone facilitar datos que son de dominio público, como el teléfono que se puede conseguir en las páginas blancas o la dirección de correo electrónico publicada en nuestras webs, los agentes de policía se presentan en las sedes de nuestras organizaciones o llaman hasta cinco veces al teléfono, como es mi caso.
Al parecer, el Comisario recién llegado –al que no tengo el gusto de conocer y al que seguiré sin llegar conocer por razón de su cargo si la fortuna me es propicia– ha ordenado a sus chicos de la brigada de información a cumplimentar ese listado con nuestros nombres, teléfonos y direcciones electrónicas. Y ellos, posiblemente poco dados a discutir las órdenes aunque rayen la ilegalidad como en este caso, se han dispuesto solícitos a cumplirlas, sin encomendarse a Dios ni al Diablo, sin preguntarse tampoco el por qué de ese listado. Por cierto, les recuerdo que corran a comunicarme de forma fehaciente qué datos míos tienen y en qué fichero de la Agencia Española de Protección de Datos está registrado. Les recuerdo que solo a mis amigos les permito tenerme en sus agendas telefónicas y electrónicas, y eso porque sé que no van a usar esos datos para actos comerciales o administrativos sin mi permiso.
Como he recordado antes, no cuento entre mis amistades al Comisario de Estepona, así que presupongo que si me quiere tener controlado no es para invitarme a la boda de su hija o a la barbacoa del próximo fin de semana.
Tengo que aclarar que por lo que he vivido, tanto cuando investigan mi partido –Espacio Verde EVA–, como cuando me encontré a los funcionarios policiales en la sede de mi sindicato, –Sindicato Andaluz de Trabajadores SAT–, los funcionarios demostraron amabilidad y un trato muy cordial. Tanto que pareciera que lo que hacían entraba dentro de la normalidad más cotidiana.
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