Las promesas electorales del candidato popular van camino de convertirse en clásicos del disparate en Estepona. Tremebundo futuro nos espera si, por mala fortuna, los ciudadanos deciden confiar el gobierno a ese partido político.
El populismo más puro, heredero directo del gilismo, empapa sus actividades, discursos y actitudes. Así, a las paellas, cócteles y barbacoas tan generosamente sufragadas se sumará pronto el regalo de tabletas de turrón, entradas para el fútbol y grabaciones en dvd de villancicos populares. He dicho populares sin referirme al carácter derechista de los villancicos, que no sé si lo tendrán, sino a la sensiblería típica de esta derecha retrógrada que desgraciadamente estamos conociendo en nuestra localidad.
Del candidato vamos conociendo que no le duelen prendas cuando invita a copas o carne asada a nuestros vecinos. Hace alarde de una saneada economía personal, labrada en su profesión y sus múltiples intereses empresariales, que contrasta con la desesperada situación económica de muchos esteponeros. A mí no me parece mal, que el dinero es suyo, y como buen negociante pensará que no lo está tirando en saco roto. Quizá sea criticable ese tipo de campañas tan caras cuando deberían ser deberían ser austeras y centradas en las propuestas y los programas.
Pero él no hará eso, que tendría que hablar de política, y prefiere no perder la ocasión de manifestar alguna de sus barbaridades preferidas, aquellas que demanda su electorado potencial. La última: El personal de confianza son “personas contratadas, sin oposición y sin méritos, por ser amigos de los que gobiernan”. Es decir, menospreciando la Ley de la Función Pública despacha de un plumazo una figura recogida en nuestro ordenamiento. No es la primera vez que disfrutamos de su particular respeto a la ley, recordemos de nuevo su demagógico “legalizaré todos los campitos”, por mencionar un ejemplo.
Se va retratando. Le gusta decir a su entregado auditorio, calentado por copas gratis previamente, justo lo que quiere oír. Yo soy la justicia, como Charles Bronson.
El populismo más puro, heredero directo del gilismo, empapa sus actividades, discursos y actitudes. Así, a las paellas, cócteles y barbacoas tan generosamente sufragadas se sumará pronto el regalo de tabletas de turrón, entradas para el fútbol y grabaciones en dvd de villancicos populares. He dicho populares sin referirme al carácter derechista de los villancicos, que no sé si lo tendrán, sino a la sensiblería típica de esta derecha retrógrada que desgraciadamente estamos conociendo en nuestra localidad.
Del candidato vamos conociendo que no le duelen prendas cuando invita a copas o carne asada a nuestros vecinos. Hace alarde de una saneada economía personal, labrada en su profesión y sus múltiples intereses empresariales, que contrasta con la desesperada situación económica de muchos esteponeros. A mí no me parece mal, que el dinero es suyo, y como buen negociante pensará que no lo está tirando en saco roto. Quizá sea criticable ese tipo de campañas tan caras cuando deberían ser deberían ser austeras y centradas en las propuestas y los programas.
Pero él no hará eso, que tendría que hablar de política, y prefiere no perder la ocasión de manifestar alguna de sus barbaridades preferidas, aquellas que demanda su electorado potencial. La última: El personal de confianza son “personas contratadas, sin oposición y sin méritos, por ser amigos de los que gobiernan”. Es decir, menospreciando la Ley de la Función Pública despacha de un plumazo una figura recogida en nuestro ordenamiento. No es la primera vez que disfrutamos de su particular respeto a la ley, recordemos de nuevo su demagógico “legalizaré todos los campitos”, por mencionar un ejemplo.
Se va retratando. Le gusta decir a su entregado auditorio, calentado por copas gratis previamente, justo lo que quiere oír. Yo soy la justicia, como Charles Bronson.
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