Estas semanas se están extendiendo por nuestra localidad multitud de lugares comunes respecto a una profesión, la de notario, particularmente bien valorada en una sociedad materialista que equipara éxito personal con riqueza económica.
Así, se valora como buenos profesionales a unas personas que convirtieron su vocación en negocio casi desde el mismo momento de abandonar las aulas. Muchos de los estudiantes de derecho albergan deseos de justicia, de ayuda a los demás, de entrega a la sociedad. Sentimientos que les llevan a querer ser jueces o fiscales. O representar a ONG’s, trabajadores en conflicto o pobres diablos que necesitan del turno de oficio para obtener el constitucional derecho a la defensa. Otros quieren ser notarios, un cargo que garantiza convertirse en millonario.
Y aquí tenemos otro lugar común, dicen que mejor que nos gobierne un millonario, así no se verá tentado por acumular más riqueza desde su poltrona. Evidentemente, quien afirma esto desconoce el “Síndrome del Tío Gilito”. Ser rico no garantiza un plus de honradez ni de prevención de la avaricia sino, quizá, todo lo contrario. Y ejemplos tenemos miles, Mario Conde, Mariano Rubio, De la Rosa, etc …
Los pobres tenemos poco trato con los notarios y casi nunca afable, y es curioso, porque somos sus mayores clientes. Suelen ser amigos de los más ricos del pueblo, los promotores inmobiliarios y los banqueros. Cuando a nosotros nos toca sentarnos en su despacho pagamos las minutas, pero el negocio siempre viene de una venta, una hipoteca o un préstamo mercantil que beneficiará al auténtico amigo del notario.
Ya sé que no todos son iguales. Debe haber aquellos que denuncien operaciones inmobiliarias que apestan, como muchas de las investigadas por la policía. O que se alarmen ante pactos inconfesables entre supuestos servidores públicos. Esos que hayan participado de la vida de su comunidad de forma altruista y generosa. Debe haberlos, aunque no me los imagino encabezando las listas del partido de Bárcenas, Camps o Aznar. Si los hay, no tendrán afán de notoriedad.
Así, se valora como buenos profesionales a unas personas que convirtieron su vocación en negocio casi desde el mismo momento de abandonar las aulas. Muchos de los estudiantes de derecho albergan deseos de justicia, de ayuda a los demás, de entrega a la sociedad. Sentimientos que les llevan a querer ser jueces o fiscales. O representar a ONG’s, trabajadores en conflicto o pobres diablos que necesitan del turno de oficio para obtener el constitucional derecho a la defensa. Otros quieren ser notarios, un cargo que garantiza convertirse en millonario.
Y aquí tenemos otro lugar común, dicen que mejor que nos gobierne un millonario, así no se verá tentado por acumular más riqueza desde su poltrona. Evidentemente, quien afirma esto desconoce el “Síndrome del Tío Gilito”. Ser rico no garantiza un plus de honradez ni de prevención de la avaricia sino, quizá, todo lo contrario. Y ejemplos tenemos miles, Mario Conde, Mariano Rubio, De la Rosa, etc …
Los pobres tenemos poco trato con los notarios y casi nunca afable, y es curioso, porque somos sus mayores clientes. Suelen ser amigos de los más ricos del pueblo, los promotores inmobiliarios y los banqueros. Cuando a nosotros nos toca sentarnos en su despacho pagamos las minutas, pero el negocio siempre viene de una venta, una hipoteca o un préstamo mercantil que beneficiará al auténtico amigo del notario.
Ya sé que no todos son iguales. Debe haber aquellos que denuncien operaciones inmobiliarias que apestan, como muchas de las investigadas por la policía. O que se alarmen ante pactos inconfesables entre supuestos servidores públicos. Esos que hayan participado de la vida de su comunidad de forma altruista y generosa. Debe haberlos, aunque no me los imagino encabezando las listas del partido de Bárcenas, Camps o Aznar. Si los hay, no tendrán afán de notoriedad.
1 comentario:
Gerardo, creía que sólo las porteras de la finca de "bonus aticus" estaban histéricas con el Nota.
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