Publicado en Estepona Información el 20/05/2006
LA FE DEL CONVERSO
Siempre se ha dicho que los que dejan una creencia o una práctica para abrazar la contraria son los más recalcitrantes defensores de su nueva posición vital. Todo el mundo conoce algún antitabaco furibundo, cuando posiblemente dejó de fumar tan sólo unos días antes.
En el terreno de las ideas suele pasar que los conversos son fundamentalistas. Abrazan la nueva fe de tal manera que parecen cegados a todo lo que antes pensaban y defendían, Incluso niegan las evidencias físicas e incontestables.
Curiosamente, suele pasar que el converso suele hacer el camino siempre de menos a más. Es decir, si ha sido expulsado de una casa, o desaparece ésta, no suele reafirmar sus ideas y alojarse en lugar más incómodo sino que, más bien al contrario, busca el refugio y el abrazo de los que parecen vencedores. Así, el clásico converso de la historia española es el nuevo cristiano que abjura violentamente de su judaísmo o islamismo.
Todo lo anterior viene a colación de algunos casos de “conversión” que he tenido ocasión de contemplar estos días en Estepona. Ya sé que a mí se me califica en algunos mentideros políticos como “el talibán”, y que mi supuesta intransigencia ideológica me ha hecho desaparecer del camino de los partidos tradicionales. Y es que en estos tiempos es más extraño mantenerse en posturas ideológicas consecuentes que migrar de un lado a otro pendiente de la coyuntura política.
Pero aún así, tengo que reconocerles que me produce vergüenza ajena la capacidad de olvidar que tiene la gente. Y la facilidad con la que aceptan el abrazo del, hasta hace unas pocas fechas, enemigo ideológico.
He observado como destacados militantes de aquel “Pacto por Estepona” han abrazado el “neogilismo” de manera apasionada. Por si no lo recuerdan, el Pacto por Estepona fue un acuerdo tácito, expresado públicamente durante la campaña electoral de 1999, por el que los partidos políticos “del arco democrático” se alineaban frente al populismo que representaba el GIL. La defensa de las libertades civiles y la oposición frontal a las corruptelas y abusos del gobierno gilista fueron el desencadenante de que los diferentes ideológicamente acordasen “parar los pies” a Gil y sus acólitos.
Ha llovido bastante desde aquello, y aquellos partidos han acogido, de diferente manera, a los gilistas en su seno. Unos, el PP, incorporándolos a sus filas de militantes. Otros, el PSOE, IU y PA, cogobernando con ellos en pactos ciertamente difíciles de entender salvo por el poder en sí mismo.
Pero el trasvase de militantes, así a la inversa, era algo que aún no había observado. Hasta que dos antiguos candidatos electorales, militantes de renombre del PP y PA, se han colocado el pañuelito azul en el cuello. No entiendo la posición de los partidos que han dado carta de democracia a los que no se la merecen. Pero menos entiendo a personas con las que he hablado de política en tantas ocasiones.
Supongo que les habrá costado justicarse a sí mismos como es posible que desde la irrupción del gilismo, encarnado actualmente en su exSecretario General, José Ignacio Crespo, el equipamiento social de nuestro municipio haya caido en picado. Y les costará justificarse también cuando defienden, sin rubor, que el que presume de gestión empresarial haya gestionado sin la documentación necesaria hasta 2.800 millones de pesetas. Y les costará explicar el como algunos empresarios hayan incrementado sus patrimonios, bajo el paraguas gilista, hasta convertirse en multimillonarios al mismo tiempo que nuestro municipio se encuentra en una situación económica desesperada.
Ellos dirán que no hay sentencias, que no hay denuncias, que todo el mundo está amparado por la presunción de inocencia. Y eso es cierto. Como no es menos cierto que la mala gestión de tantos expedientes no puede ser casualidad, ni achacarse a los funcionarios que estuvieron en cada uno de ellos. Ni que fuesen siempre los mismos empresarios los beneficiados por las concesiones o componendas bordeando la legislación. No fue casualidad, sino decisión política.
La fe del converso les hace no ver, no oir y defender con su palabra lo que es indefendible.