Pero hay que reconocer que nuestros vecinos, nosotros mismos, somos capaces de sumergirnos una y otra vez en la profunda fosa séptica de la corrupción a la espera de putrefactas migajas. Basta la promesa de una pequeña hez en forma de prebenda para olvidar nuestros principios éticos y abrazar al político más corrupto sin sonrojo.
Por eso no espero mucho del escándalo que estos días se levanta en todos los medios de comunicación. En realidad no es noticia que políticos cobren comisiones a empresarios a cambio de contratos con la administración. Esa es la esencia de nuestro sistema, así se está construyendo la España postfranquista. Entre empresarios corrompedores y políticos comisionistas. Condición esta última reconocida hasta por el titular de la Casa Real y como todo el mundo sabe, por debajo del Rey, todos.
Sinceramente, me escandalizan tanto los sobres marrones como la farisaica actitud de Rubalcaba y sus acólitos, de seguro inmersos en la misma mierda de la financiación ilegal del PSOE tanto como como el PP y CiU, ya trincados. Y sin dejar escapar a otros, como nuestra IU andaluza, que deberá dar explicaciones a sus votantes, puede que también a los jueces, por algunos asuntos. Como el de Manilva, por ejemplo.
Porque la cuestión no es cuánto de chorizo nos ha salido el Bárcenas, el Rajoy o la Cospedal, que parecen que lo son y mucho. La clave está en este sistema económico político sustentado por las grandes corporaciones financieras e industriales, compradoras de voluntades, creadoras de opinión pública y auténticas manos negras de las direcciones de los dos grandes partidos.
Me niego a aceptar que la corrupción se acaba cuando Luis, El Cabrón, vaya a la cárcel por unas cuantas semanas. Más allá de la actuación de este personaje tenemos que ser conscientes de la cotidianeidad de una situación que se ha repetido en la sede del PP como en la de los otros grandes partidos. Los sobres corrían de mano en mano con absoluta normalidad, con el conocimiento de todos los dirigentes y con la complacencia de todos los militantes.
Porque esto ha pasado hasta en el último de los pueblecitos del territorio. Los que ilusionados pegaban carteles con la efigie de sus candidatos, preparaban paellas multitudinarias o asistían a conciertos de estrellas de la televisión no preguntaban quién pagaba aquello. Quizá porque conocían sobradamente las respuestas. El dinero de la contratación de Andy y Lucas venía de un promotor inmobiliario. Y cuando se hacían ese tipo de entregas no era por convicciones ideológicas, sino para consolidar una posición de privilegio en las futuras negociaciones con la administración. Todos los militantes, hasta el actual Presidente del Tribunal Constitucional, sabían que con los 3 euros al mes que pagaban era imposible costear aquellos dispendios.
No cabe esconder la cabeza, echar pestes de Cospedal cuando se intenta esconder los ERE’s o hablar del Palau de la Música para obviar Mercasevilla. Nuestro sistema político es corrupto de arriba abajo, y no tenemos un solo partido podrido sino que la mierda inunda las sedes de todos los grandes y muchos pequeños partidos, especialmente de ámbito local. No basta cambiar a Rajoy por Soraya o Griñán por Susana. Hay que limpiar la fosa séptica inundándola de agua clara, hasta enterrarlos en la mar.
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