Cuando escribo estas líneas solo dos concejales del PP en toda España han
abandonado su partido. Uno de ellos dice que por la vergüenza que está pasando
estos días. Solo dos han sido capaces de salir a la calle y participarnos a
todos su vergüenza. Aún quedan miles de cargos públicos que o no la han sentido
o ni la tienen, ni la conocen, ni sabrían qué hacer con ella si se les echase
encima.
Porque militar en el PP no parece compatible con el escrúpulo ante la corrupción, de ser así hace años que ninguna persona se atrevería a presentarse a sus ciudadanos como militante de ese partido.
La corrupción del PP no es una cuestión coyuntural, sino estructural. Parte desde el mismo momento de su fundación, cuando siete ex ministros de Franco, encabezados por Fraga Iribarne, fundaron la que llamaron Alianza Popular.
Siete franquistas de alto rango, de esos que aplaudían al dictador mientras se dictaba una sentencia de muerte o se ponían ciegos de marisco mientras cerraban negocios con constructores y banqueros. O sea, los mismos de ahora, con la única diferencia sustancial en que en lugar de celebrar las penas de muerte, la piden por las calles alarmándose ante el crecimiento de la delincuencia. La delincuencia de los pobres, que la de los ricos es su forma de vivir.
No ha cambiado mucho ese nido de franquistas, como vemos. Y por tanto no cabe que el movimiento de esos dos concejales dimisionarios, unos despistados supongo, se extienda entre el corriente de concejales y alcaldes del partido popular. ¿Cómo les va a extrañar que sus jefes hagan justo lo que ellos defienden y, como se ha demostrado en muchos casos, hacen también? Relatar la pléyade de casos de corrupción en los que hay militantes del PP implicados y que siguen disfrutando del apoyo de su partido sería tan prolijo que no cabría en todas las páginas de este periódico.
Si me centro en Estepona, tengo que admitir que no espero que dimita nuestro Alcalde ni ninguno de sus concejales por un ataque de vergüenza ante los últimos acontecimientos de su partido. Ninguno de ellos ha demostrado hasta ahora poseer ese sentimiento y eso que han tenido suficientes oportunidades para exteriorizarlo.
En el caso del Notario, compañero de profesión del todavía Presidente del Gobierno, es mucho más difícil que se dé. Llámenlo solidaridad gremial si quieren. Aunque puede que sea por no perderse el premio a mejor alcalde que recibirá junto con los otros cien que deben haberlo pagado, como él.
Porque militar en el PP no parece compatible con el escrúpulo ante la corrupción, de ser así hace años que ninguna persona se atrevería a presentarse a sus ciudadanos como militante de ese partido.
La corrupción del PP no es una cuestión coyuntural, sino estructural. Parte desde el mismo momento de su fundación, cuando siete ex ministros de Franco, encabezados por Fraga Iribarne, fundaron la que llamaron Alianza Popular.
Siete franquistas de alto rango, de esos que aplaudían al dictador mientras se dictaba una sentencia de muerte o se ponían ciegos de marisco mientras cerraban negocios con constructores y banqueros. O sea, los mismos de ahora, con la única diferencia sustancial en que en lugar de celebrar las penas de muerte, la piden por las calles alarmándose ante el crecimiento de la delincuencia. La delincuencia de los pobres, que la de los ricos es su forma de vivir.
No ha cambiado mucho ese nido de franquistas, como vemos. Y por tanto no cabe que el movimiento de esos dos concejales dimisionarios, unos despistados supongo, se extienda entre el corriente de concejales y alcaldes del partido popular. ¿Cómo les va a extrañar que sus jefes hagan justo lo que ellos defienden y, como se ha demostrado en muchos casos, hacen también? Relatar la pléyade de casos de corrupción en los que hay militantes del PP implicados y que siguen disfrutando del apoyo de su partido sería tan prolijo que no cabría en todas las páginas de este periódico.
Si me centro en Estepona, tengo que admitir que no espero que dimita nuestro Alcalde ni ninguno de sus concejales por un ataque de vergüenza ante los últimos acontecimientos de su partido. Ninguno de ellos ha demostrado hasta ahora poseer ese sentimiento y eso que han tenido suficientes oportunidades para exteriorizarlo.
En el caso del Notario, compañero de profesión del todavía Presidente del Gobierno, es mucho más difícil que se dé. Llámenlo solidaridad gremial si quieren. Aunque puede que sea por no perderse el premio a mejor alcalde que recibirá junto con los otros cien que deben haberlo pagado, como él.
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