A diferencia del cómico Cantó, yo soy antitaurino. Las corridas de toros suponen
aquello de lo que los pueblos deberían avergonzarse, tal y como repudiamos la
lucha de gladiadores o el ahorcamiento en las plazas públicas. Es una costumbre
cultural, no cabe duda, pero como también es propio de algunas culturas el
maltrato a la mujer, la reducción de cabezas o dejar que los pobres mueran en la
puerta de los hospitales. No encuentro motivo alguno para defender el sangriento
espectáculo de las corridas y considero que todos los animales -incluido el
“homo sapiens” Cantó- merecen una vida digna de principio a fin.
Sin embargo, y también hay que reconocerlo, la deleznable costumbre taurina nos ha dejado aportaciones impagables e inolvidables en el campo de las artes, las letras, la música y a nuestro propio lenguaje. Muchos son los términos taurinos incorporados de forma exitosa al lenguaje corriente, y variadas las metáforas que podemos construir en nuestro discurso con esas palabras propias pero no exclusivas de los ruedos y el albero.
Uno de esos términos es “sobrero”. El toro número siete en cada lote y que solo correrá la triste suerte de los seis anteriores si alguno de ellos le parece al director de la corrida como inadecuado para participar en el macabro espectáculo. Por extensión, y en el lenguaje no taurino, el sobrero es la opción de la que se echa mano cuando no queda otro remedio.
Estos días, -coincidentes con los papeles de Bárcenas y las pobres excusas manifestadas por los dirigentes del Partido Popular- estamos seguros que el gobierno que nos toca sufrir es el de la segunda o tercera opción, aquella que la población eligió por no ver o conocer nada mejor. Fracasado el gobierno del PSOE, nuestro desinformado pueblo pensó que el sobrero Rajoy haría mejor faena. El bipartidismo, un país en el que se confunde tortura con cultura y el inmenso poder de la televisión impidió a la mayoría de nuestros convecinos entender que hay muchas más opciones además de la PPSOE. Y le votaron. Al sobrero.
Y no resistiré la tentación, Rajoy y su gobierno son sobreros por ser segunda opción, pero también por una afición a los sobres llenos de billetes que algunos siempre sospechamos, y de la que todos nos estamos enterando a la vez.
Ya saben, en otra ocasión, y si el animal sale cojo, no escojan al sobrero. Mejor vayan al campo, donde están sueltos los más nobles, y en lugar de matarlo, disfruten de la Tierra con él.
Sin embargo, y también hay que reconocerlo, la deleznable costumbre taurina nos ha dejado aportaciones impagables e inolvidables en el campo de las artes, las letras, la música y a nuestro propio lenguaje. Muchos son los términos taurinos incorporados de forma exitosa al lenguaje corriente, y variadas las metáforas que podemos construir en nuestro discurso con esas palabras propias pero no exclusivas de los ruedos y el albero.
Uno de esos términos es “sobrero”. El toro número siete en cada lote y que solo correrá la triste suerte de los seis anteriores si alguno de ellos le parece al director de la corrida como inadecuado para participar en el macabro espectáculo. Por extensión, y en el lenguaje no taurino, el sobrero es la opción de la que se echa mano cuando no queda otro remedio.
Estos días, -coincidentes con los papeles de Bárcenas y las pobres excusas manifestadas por los dirigentes del Partido Popular- estamos seguros que el gobierno que nos toca sufrir es el de la segunda o tercera opción, aquella que la población eligió por no ver o conocer nada mejor. Fracasado el gobierno del PSOE, nuestro desinformado pueblo pensó que el sobrero Rajoy haría mejor faena. El bipartidismo, un país en el que se confunde tortura con cultura y el inmenso poder de la televisión impidió a la mayoría de nuestros convecinos entender que hay muchas más opciones además de la PPSOE. Y le votaron. Al sobrero.
Y no resistiré la tentación, Rajoy y su gobierno son sobreros por ser segunda opción, pero también por una afición a los sobres llenos de billetes que algunos siempre sospechamos, y de la que todos nos estamos enterando a la vez.
Ya saben, en otra ocasión, y si el animal sale cojo, no escojan al sobrero. Mejor vayan al campo, donde están sueltos los más nobles, y en lugar de matarlo, disfruten de la Tierra con él.