Esta semana se presentó en Estepona el proyecto técnico de lo que debería ser el futuro Parque Nacional de las Sierras Bermejas Malagueñas, denominación que manejan los impulsores del mismo. Aunque la primera iniciativa parte del movimiento ecologista, Grupo de Trabajo Valle del Genal y Ecologistas en Acción, ahora cuenta con el apoyo de diversas asociaciones y colectivos y, sobre todo, con el empuje creciente de la comunidad científica española y extranjera.
No es la primera vez que desde esta columna hacemos referencia a la magnificiencia de las montañas de nuestro entorno, pero seguimos insistiendo en la singularidad de un macizo pétreo de características únicas en el mundo y que corre peligro, como todo espacio natural desprotegido, de perder su valor a manos de la depredadora actividad humana.
No me refiero a los usos consuetudinarios del monte, ni tampoco al impacto que puedan causar los visitantes. Lamentablemente, una vez casi finiquitadas las playas naturales vemos como la presión del ladrillo, especulador y blanqueador, ha ido subiendo cada vez más arriba, hasta situarse en las faldas de todas las montañas costasoleñas.
Es necesario un impulso social en pro de la conservación de este maravilloso entorno, por mera supervivencia de los valores naturales que atesora pero también, y así quedó de manifiesto en la presentación de esta semana, por la capacidad de generar nuevas economías que permitan acabar con el monocultivo de la especulación inmobiliaria.
Alternativas reales de turismo de calidad, mucho más que sol y playa, y también aprovechamientos sostenibles de los recursos propios de la montaña. Una ganadería con marca propia o una agricultura ecológica en el entorno de un Parque Nacional generarían economías de escala aprovechables por toda la comarca costasoleña.
Lamentablemente, salvo testimonial excepción, el interés de nuestros políticos deriva hacia aspectos eternamente prosaicos. Y así, siguen empeñados en urbanizar hasta el último metro cuadrado disponible, en suicida acción respecto al futuro de nuestra tierra.
No es la primera vez que desde esta columna hacemos referencia a la magnificiencia de las montañas de nuestro entorno, pero seguimos insistiendo en la singularidad de un macizo pétreo de características únicas en el mundo y que corre peligro, como todo espacio natural desprotegido, de perder su valor a manos de la depredadora actividad humana.
No me refiero a los usos consuetudinarios del monte, ni tampoco al impacto que puedan causar los visitantes. Lamentablemente, una vez casi finiquitadas las playas naturales vemos como la presión del ladrillo, especulador y blanqueador, ha ido subiendo cada vez más arriba, hasta situarse en las faldas de todas las montañas costasoleñas.
Es necesario un impulso social en pro de la conservación de este maravilloso entorno, por mera supervivencia de los valores naturales que atesora pero también, y así quedó de manifiesto en la presentación de esta semana, por la capacidad de generar nuevas economías que permitan acabar con el monocultivo de la especulación inmobiliaria.
Alternativas reales de turismo de calidad, mucho más que sol y playa, y también aprovechamientos sostenibles de los recursos propios de la montaña. Una ganadería con marca propia o una agricultura ecológica en el entorno de un Parque Nacional generarían economías de escala aprovechables por toda la comarca costasoleña.
Lamentablemente, salvo testimonial excepción, el interés de nuestros políticos deriva hacia aspectos eternamente prosaicos. Y así, siguen empeñados en urbanizar hasta el último metro cuadrado disponible, en suicida acción respecto al futuro de nuestra tierra.
1 comentario:
Apreciado Gerardo,
Cuenta conmigo para promocionar
el proyecto de parque natural en la escuela... que es mi humilde campo de trabajo y de futuro...
Un abrazo sincero.
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