Un año más llega nuestro patrón Isidro a recordarnos que en Estepona abandonamos hace tiempo todo lo que tenga que ver con el campo y sus productos. Hace décadas que los apóstoles de la falsa modernidad vinieron a “sembrar” nuestras huertas y vegas de ladrillos y hormigón recogiendo, sólo para ellos, el fruto de la codicia y dejando al resto de la población al albur de la burbuja inmobiliaria.
De nuevo durante estas celebraciones enfrentaremos la realidad cruda de los hechos con la idílica manifestación festiva. Una realidad que nos muestra que el camino elegido por nuestra sociedad ha sido el de la destrucción sistemática del entorno natural, el abandono de los campos de cultivo, el fomento por parte de las corruptas administraciones públicas de la especulación y el enriquecimiento desmedido de un grupo muy pequeño de la población. Empobreciendo de camino aún más a los menos favorecidos.
Como hemos repetido muchas veces desde esta columna, que afortunadamente nos permite exponer nuestra opinión libremente, la Tierra es un bien finito, que nos pertenece a todos sus habitantes y que, contradiciendo a los paladines del consumismo, no tiene una capacidad eterna de recuperación. Su cuidado, el cariño con el que tenemos que tratarla es algo que nos debemos a nosotros mismos, a nuestros hijos y a las generaciones venideras.
No basta con poner cajas para papel reciclado en las oficinas públicas, sino que los ciudadanos debemos clamar por políticas sostenibles, basadas en la sostenibilidad y en el futuro en lugar de en el beneficio inmediato. Y no sólo por cuestiones de ecologismo trasnochado o utópico, sino por necesidad de vuelta a modelos que económicos que rompan la dependencia a la que ahora estamos sometidos: El capricho de bancos y grandes instituciones financieras.
En Estepona, debemos renunciar al ladrillazo y mirar más a nuestro campo, fomentando el turismo sostenible y la explotación racional de nuestros recursos. Fomentando la sopa campera y descartando ese subproducto de la especulación urbanística que es “el chorizo”.
De nuevo durante estas celebraciones enfrentaremos la realidad cruda de los hechos con la idílica manifestación festiva. Una realidad que nos muestra que el camino elegido por nuestra sociedad ha sido el de la destrucción sistemática del entorno natural, el abandono de los campos de cultivo, el fomento por parte de las corruptas administraciones públicas de la especulación y el enriquecimiento desmedido de un grupo muy pequeño de la población. Empobreciendo de camino aún más a los menos favorecidos.
Como hemos repetido muchas veces desde esta columna, que afortunadamente nos permite exponer nuestra opinión libremente, la Tierra es un bien finito, que nos pertenece a todos sus habitantes y que, contradiciendo a los paladines del consumismo, no tiene una capacidad eterna de recuperación. Su cuidado, el cariño con el que tenemos que tratarla es algo que nos debemos a nosotros mismos, a nuestros hijos y a las generaciones venideras.
No basta con poner cajas para papel reciclado en las oficinas públicas, sino que los ciudadanos debemos clamar por políticas sostenibles, basadas en la sostenibilidad y en el futuro en lugar de en el beneficio inmediato. Y no sólo por cuestiones de ecologismo trasnochado o utópico, sino por necesidad de vuelta a modelos que económicos que rompan la dependencia a la que ahora estamos sometidos: El capricho de bancos y grandes instituciones financieras.
En Estepona, debemos renunciar al ladrillazo y mirar más a nuestro campo, fomentando el turismo sostenible y la explotación racional de nuestros recursos. Fomentando la sopa campera y descartando ese subproducto de la especulación urbanística que es “el chorizo”.
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