Nadie se asombrará que desde esta columna se emitan pareceres “políticamente incorrectos”. Y en esta ocasión, cuando queda poco para que dé comienzo la esperada avalancha anual de turistas “de playa” tendré que volver a manifestarme en sentido diferente al repetido desde casi todas las instancias locales.
Un año más el estado general de nuestras playas dejará bastante que desear. Es más que probable que los vertidos de aguas fecales denunciados el año pasado por las organizaciones ecologistas sigan produciéndose, con su nefasto impacto sobre el medio ambiente y también, mal que nos pese, contra la imagen que deberíamos transmitir a nuestros visitantes. A modo de ejemplo, con toda seguridad los malos olores de la desembocadura del Calancha volverán a ser protagonistas de nuestras noches veraniegas, pues nada se ha hecho para evitarlos. Y eso pasará aunque la mierda comparta espacio con una de las Banderas Azules otorgada por compañía privada con intereses mercantiles.
La cuestión de los “chiringuitos” sigue sin resolver, y tanto los empresarios del ramo como las administraciones dan palos de ciego en lugar de acometer de forma definitiva su solución. Además, y aquí discrepamos Los Verdes del resto de opiniones leídas, la defensa del actual modelo se basa en algunas premisas que además de ser absolutamente falsas tampoco son beneficiosas para el conjunto de la comunidad sino más bien al contrario.
Los que mantienen que la permanencia de los chiringuitos en las playas responde a un modelo “tradicional” hacen uso interesado y falseado de las tan traídas y llevadas tradiciones. No son tradicionales estructuras de 250 m2 con ocupación de otros 500 m2 que colocan música a altísimos decibelios durante 24 horas al día. Como tampoco es tradicional el abuso de la concesión administrativa para la ocupación de playas con tumbonas, parasoles y restaurantes que casi impiden a los que quieren hacer uso de uno de los pocos espacios públicos que subsiste de forma gratuita, la playa, de forma verdaderamente tradicional. La sombrilla, la nevera y dos sillas.
Un año más el estado general de nuestras playas dejará bastante que desear. Es más que probable que los vertidos de aguas fecales denunciados el año pasado por las organizaciones ecologistas sigan produciéndose, con su nefasto impacto sobre el medio ambiente y también, mal que nos pese, contra la imagen que deberíamos transmitir a nuestros visitantes. A modo de ejemplo, con toda seguridad los malos olores de la desembocadura del Calancha volverán a ser protagonistas de nuestras noches veraniegas, pues nada se ha hecho para evitarlos. Y eso pasará aunque la mierda comparta espacio con una de las Banderas Azules otorgada por compañía privada con intereses mercantiles.
La cuestión de los “chiringuitos” sigue sin resolver, y tanto los empresarios del ramo como las administraciones dan palos de ciego en lugar de acometer de forma definitiva su solución. Además, y aquí discrepamos Los Verdes del resto de opiniones leídas, la defensa del actual modelo se basa en algunas premisas que además de ser absolutamente falsas tampoco son beneficiosas para el conjunto de la comunidad sino más bien al contrario.
Los que mantienen que la permanencia de los chiringuitos en las playas responde a un modelo “tradicional” hacen uso interesado y falseado de las tan traídas y llevadas tradiciones. No son tradicionales estructuras de 250 m2 con ocupación de otros 500 m2 que colocan música a altísimos decibelios durante 24 horas al día. Como tampoco es tradicional el abuso de la concesión administrativa para la ocupación de playas con tumbonas, parasoles y restaurantes que casi impiden a los que quieren hacer uso de uno de los pocos espacios públicos que subsiste de forma gratuita, la playa, de forma verdaderamente tradicional. La sombrilla, la nevera y dos sillas.
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