Reconozco que no soy muy amigo de celebrar los llamados “días internacionales”.
Pasa el tiempo y lo que en algunos casos fue una jornada de lucha y
reivindicación -como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora- queda
transformado en poco más que un anuncio del “cortinglés” animándonos a comprar
un perfume o una corbata.
Ayer, 8 de marzo, deberíamos estar recordando el ejemplo de aquellas mujeres que salieron a las calles de Nueva York para demandar lo que el sistema capitalista les negaba y sigue negando ahora. Más de siglo y medio después de aquellas primeras manifestaciones la mujer de nuestro mundo sigue sufriendo doble explotación, por su condición de trabajadora y por su condición de mujer. Que puede triplicarse o cuadruplicarse si además tiene la desgracia de haber nacido en un país pobre o mantiene una condición sexual diferente a la que la mentalidad judeocristiana califica como “normal”.
Asistimos a una creciente desideologización de la reivindicación, convertida en poco más que otra fecha del calendario eclesiástico. Repudio la castración del nombre, últimamente “Día de la Mujer”, olvidando dos componentes de su enunciado tan importantes como la condición femenina, se intenta obviar el carácter internacionalista de las reivindicaciones obreras. El día es internacional y de la mujer trabajadora para superar la condición nacional y equiparar a las personas por su condición de clase y no por el origen, el sexo o la religión.
Por todo eso llena de indignación el que privilegiadas hembras de la clase dominante, como la Sra. Cospedal vengan a pronunciar discursitos conmemorativos. Incluso aunque el contenido de sus palabras no resultase hiriente, como las que en directo y en diferido ha pronunciado estos días. También me resulta hiriente el que se equipare la inexistencia de mujeres en los consejos de administración de las empresas multimillonarias con la explotación real que sufren diariamente millones de mujeres en el mundo. Me repugna que los que hacían fiestas de cumpleaños con dinero de la corrupción hablen de la mujer trabajadora.
No tengo espacio para más, pero desde aquí quiero manifestar mi solidaridad a esas trabajadoras municipales de la limpieza, ahora en manos de una empresa privada, que no saben cuándo cobrarán sus salarios. Por cierto, en esas empresas no hay cuotas. Las que limpian son mujeres y los que mandan son hombres. Otro ejemplo de cuánto queda por pelear.
Ayer, 8 de marzo, deberíamos estar recordando el ejemplo de aquellas mujeres que salieron a las calles de Nueva York para demandar lo que el sistema capitalista les negaba y sigue negando ahora. Más de siglo y medio después de aquellas primeras manifestaciones la mujer de nuestro mundo sigue sufriendo doble explotación, por su condición de trabajadora y por su condición de mujer. Que puede triplicarse o cuadruplicarse si además tiene la desgracia de haber nacido en un país pobre o mantiene una condición sexual diferente a la que la mentalidad judeocristiana califica como “normal”.
Asistimos a una creciente desideologización de la reivindicación, convertida en poco más que otra fecha del calendario eclesiástico. Repudio la castración del nombre, últimamente “Día de la Mujer”, olvidando dos componentes de su enunciado tan importantes como la condición femenina, se intenta obviar el carácter internacionalista de las reivindicaciones obreras. El día es internacional y de la mujer trabajadora para superar la condición nacional y equiparar a las personas por su condición de clase y no por el origen, el sexo o la religión.
Por todo eso llena de indignación el que privilegiadas hembras de la clase dominante, como la Sra. Cospedal vengan a pronunciar discursitos conmemorativos. Incluso aunque el contenido de sus palabras no resultase hiriente, como las que en directo y en diferido ha pronunciado estos días. También me resulta hiriente el que se equipare la inexistencia de mujeres en los consejos de administración de las empresas multimillonarias con la explotación real que sufren diariamente millones de mujeres en el mundo. Me repugna que los que hacían fiestas de cumpleaños con dinero de la corrupción hablen de la mujer trabajadora.
No tengo espacio para más, pero desde aquí quiero manifestar mi solidaridad a esas trabajadoras municipales de la limpieza, ahora en manos de una empresa privada, que no saben cuándo cobrarán sus salarios. Por cierto, en esas empresas no hay cuotas. Las que limpian son mujeres y los que mandan son hombres. Otro ejemplo de cuánto queda por pelear.