Parece que en este país hay que sumarse, obligatoriamente, al pensamiento único cuando de la monarquía se trata. Pues miren, yo no. Otra vez tengo que decir que no. No me gustó la actitud barriobajera del Jefe del Estado en la Cumbre Iberoamericana celebrada en Chile.
En todos los periódicos, en todos los noticiarios del sistema, en toda la prensa española, tan repleta de aduladores y mentes poco críticas con la institución monárquica sólo encontraremos referencias a la testiculina desplegada por nuestro primer mandatario. Porque no hay nada más. Un gesto que sólo ha servido, nuevamente, para exaltar ese nacionalismo españolista tan asociado a su imagen y su bandera. Voy a Ceuta y Melilla para rodearme de esposas de funcionarios con banderas y voy a Chile a gritarle al enemigo público número uno de las multinacionales norteamericanas y españolas. Y de paso me muestro ante todos como el más machote de la reunión.
Es curioso que precisamente eso, el exceso verbal, la incontinencia, sea justo el valor contrario al más alabado durante décadas cuando se hablaba de este señor. Intervenía poco y siempre moderadamente en la vida política nacional.
Parece que estos tiempos que corren están acabando con la mítica paciencia y diplomacia del monarca. Puede que algo tenga que ver como de pronto se le cuestiona, se pregunta por el origen de su fortuna o por el papel desarrollado por su creciente familia. Algunos queman fotos y otros criticamos abiertamente una forma de estado que peca contra la igualdad de todos ante la ley desde su misma concepción.
Porque esa es la gran cuestión, mientras la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice en su artículo primero “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”, en España mantenemos una institución que practica todo lo contrario. Incluso los no natos de esa familia vienen con derechos especiales bajo el brazo. Ah, y que los venezolanos apechuguen con su gobernante. A mí el que me molesta es que el vive, a cuerpo de rey, con mis impuestos.
En todos los periódicos, en todos los noticiarios del sistema, en toda la prensa española, tan repleta de aduladores y mentes poco críticas con la institución monárquica sólo encontraremos referencias a la testiculina desplegada por nuestro primer mandatario. Porque no hay nada más. Un gesto que sólo ha servido, nuevamente, para exaltar ese nacionalismo españolista tan asociado a su imagen y su bandera. Voy a Ceuta y Melilla para rodearme de esposas de funcionarios con banderas y voy a Chile a gritarle al enemigo público número uno de las multinacionales norteamericanas y españolas. Y de paso me muestro ante todos como el más machote de la reunión.
Es curioso que precisamente eso, el exceso verbal, la incontinencia, sea justo el valor contrario al más alabado durante décadas cuando se hablaba de este señor. Intervenía poco y siempre moderadamente en la vida política nacional.
Parece que estos tiempos que corren están acabando con la mítica paciencia y diplomacia del monarca. Puede que algo tenga que ver como de pronto se le cuestiona, se pregunta por el origen de su fortuna o por el papel desarrollado por su creciente familia. Algunos queman fotos y otros criticamos abiertamente una forma de estado que peca contra la igualdad de todos ante la ley desde su misma concepción.
Porque esa es la gran cuestión, mientras la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice en su artículo primero “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”, en España mantenemos una institución que practica todo lo contrario. Incluso los no natos de esa familia vienen con derechos especiales bajo el brazo. Ah, y que los venezolanos apechuguen con su gobernante. A mí el que me molesta es que el vive, a cuerpo de rey, con mis impuestos.
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